Cuarteto, una lucha por democracia cultural
Por kuartetoadm | 5 de enero de 2008, 17:12Carlos “la Mona” Jiménez interpretó a Piazzolla-Ferrer. Julio Bocca bailó Balada para un loco. Ovación por parte del medio millón de personas reunida frente al Obelisco. Fue la despedida del bailarín que –como pocos– transformó en masivo un arte que complejos dispositivos sociales, educativos y culturales prescriben para pocos. Jiménez finalizó el año con otra batalla ganada en su larga lucha por la legitimación de un género musical que –como pocos– goza de masividad y que por décadas tuvo negada la condición de popular. “No confundir lo popular con lo populachero, lo comercial, el mal gusto”, se solía advertir desde clases sociales y salones que se autoasignan el rol de legislar acerca de lo feo y lo bello.
Si bien quedan trincheras de resistencia, el debate parece saldado a favor del cuarteto. La discusión no fue resuelta en un seminario sobre culturas populares, aunque desde estos espacios hayan sido decisivos los aportes teóricos de Jesús Martín Barbero, Néstor García Canclini, Alberto Cirese, entre otros. La avanzada reflexión académica al respecto ayudó a comprender que lo popular presenta complejidades que no se entienden por desconocimiento frecuentemente combinado con prejuicios estéticos que –más de una vez– mal disimulan discriminaciones de clase. Y porque en el sustrato del conflicto subyacen materialidades como “prejuicios culturales” y “discriminaciones sociales”, la controversia no se dirime sólo con racionalidad argumentativa sino también –y fundamentalmente– con lucha en la sociedad.
“La Mona” Jiménez es vanguardia cuartetera en un despliegue de batallas culturales cuyo efecto fue el resquebrajamiento de una hegemonía que negaba a sectores populares capacidad de producción cultural. “La Mona”, en su larga marcha desde los márgenes de Córdoba hasta el Obelisco, produjo grados de democracia cultural en la provincia y en el país.
Cultura: democratización y democracia. Estados latinoamericanos y europeos que se proponen impulsar políticas participativas consolidaron consensos favorables a estrategias que articulen la democratización de la cultura y la democracia cultural. La primera pone al alcance de toda la población la producción artística e intelectual de las elites a través de políticas de educación, promoción y difusión masivas. En el caso que nos ocupa, Julio Bocca desempeña esta función. La democracia cultural pretende garantizar que cada grupo social produzca, desarrolle y haga pública su creación e identidad artístico-cultural sin ser objeto de discriminación.
El cuarteto demoró en gozar de estos beneficios porque durante mucho tiempo no fue reconocido como expresión genuina de la identidad cultural, primero de trabajadores y clase media-baja rural y urbana; después, también de pobres y desocupados cordobeses. Si bien desde siempre dispuso de sus circuitos de encuentro entre músicos y público; producción y venta comercial, pesó sobre él durante casi 50 años el estigma de “lo no-cultural”.
Táctica y estrategia. Una política emergente que se pretenda eficaz debe contemplar la construcción de valores, legitimidades sociales y culturales, modificaciones en el sentido común congruentes con el modelo de sociedad anhelado. Debe conquistar aliados, descubrir los puntos débiles de su principal oponente. En este caso: aquellos prejuicios y discriminaciones. Puede trazarse un paralelo entre tácticas y estrategias contrahegemónicas y el itinerario de Carlos Jiménez en sus marchas y contramarchas por el reconocimiento. Facilitó la tarea una espontánea política de alianzas con sectores y referentes clave de la clase media más sensibles y con capacidad de comprensión de aquellas complejidades de lo popular (artistas, intelectuales, periodistas y una “masa crítica” de público hacia el segregacionismo cultural de su propia clase) que debilitaron las defensas de su principal adversario.
El vínculo con personas e ingreso de “la Mona” en espacios ya consagrados o al menos reconocidos por “la cultura culta” fue rodeando gradual y progresivamente al núcleo duro de la resistencia: una pequeña burguesía urbana todavía tributaria de la dicotomía “civilización o barbarie”, desde una lectura que no contempla atenuantes que el propio Sarmiento finalizó introduciendo a su propia obra.
Avances y retrocesos. El cuarteto sentó sus reales en el campo y desde allí avanzó hacia la ciudad, aunque no pudo atravesar la frontera de sus suburbios. Las clases medias y altas demorarían casi medio siglo en relajar su mueca de aversión. Comenzaba la década del ’40 y su posición original sería su posición estratégica: expresión y profundo arraigo en los sectores populares de la provincia. Finalizando los años ’80 ,el cuarteto fue tema y comienza a adquirir forma de libro. Osvaldo Hepp, Roberto Mero, Héctor Schmucler, Silvia Barei con sus publicaciones permitieron su ingreso a espacios de legitimación valorados por los sectores que lo despreciaban: librerías, bibliotecas, facultades. Este fue un primer puente tendido por sobre aquella barrera social que el cuarteto por sí solo no podía franquear. Algo similar ocurre en 1988, cuando la revista Crisis, por entonces la principal referencia del público más intelectualizado, dedica una nota de tapa al cuarteto abordado como hecho cultural. Avances y retrocesos: el año anterior, el cuarteto, ahora a través de “la Mona”, hacía su segundo intento por ser reconocido como música popular en Cosquín. La Plaza Próspero Molina ya se había mostrado adecuada para escuchar y bailar moderadamente al Cuarteto Leo. Pero fue impotente ante el huracán jimenero. Los diarios y noticieros nacionales del día siguiente asociaron las palabras “Mona”, “cuarteto” con violencia, alcohol, vergüenza, caos. Frustración y tristeza de Jiménez. www.kuarteto.com
Hacia el Obelisco. Después se acelera el encuentro entre referencias culturales de los sectores medios y “la Mona”. Fito Páez empieza a abrir sus recitales con un “Buenas noches Córdoba, tierra de la Mona Jiménez”. La Mona es tapa de la revista Rolling Stone y comienza a convertirse en figura de culto de los principales músicos del rock nacional. Invitan a Jiménez a participar de sus discos; la Mona hace lo propio. El auge del multi culturalismo y de los estudios culturales y vuelve a abrir una puerta universitaria al cuarteto. Son cada vez más los seminarios, investigaciones y libros que lo abordan sin prejuicios negativos.
“La Mona” comparte páginas de suplementos culturales de diarios nacionales con escritores y directores de cine. La Mona “toma la Bastilla “, “asalta el Palacio de Invierno”: en 2000 canta Beso a beso en el Teatro del Libertador San Martín. Baila: Julio Bocca. Después vendrían el Orfeo y el Obelisco, con el mismo democratizador de cultura. “Si la Academia, si Manu-Chao, si los autores e intérpretes de mis mejores discos reivindican a la Mona, qué hago yo hablando de mal gusto”, podría decir el texto de la capitulación de quienes habían cavado trincheras para que el cuarteto no ingrese al mundo de la cultura y de lo legítimamente popular.
Resultados. El cuarteto, a través de “la Mona” como principal referencia, fue ganando posiciones desde una posición subalterna a una situación de relativa igualdad con rock, el tango y el folklore como expresión legitimada de música popular argentina. Y con Jiménez son los sujetos sociales que culturalmente expresa quienes también superan una situación de subordinación: de víctimas de una maquinaria comercial productora de conciencias dormidas y de espíritus atrofiados pasan a ser vistos en clave de diferencia cultural. El progreso democrático no sólo benefició a clases populares cuarteteras, sino también a sus antiguos oponentes: estos aprendieron a ser más tolerantes. Aprendieron que allí donde se suele situar a la barbarie, en rigor, suele habitar otra racionalidad y otra cultura.
Fuente: La Voz del Interior